"La fuente", Marcel Duchamp |
Había entrado a las
cuatro de la madrugada. Tres horas e infinitos excusado después, cuando
repasaba el último (no del día por supuesto), entró en esa especie de espiral
subterráneo que eran los baños de la plaza pública número trece una mujer de
flacos brazos blancos. Lucy siempre recordaría esa primera impresión porque le
pareció estar viendo a un ser de celulosa hecho con partes humanas que mucho se
asemejaban a las de una rata por un lado, y mucho se asemejaban a las de una
araña pollito por otro; pero que al margen de toda esa asquerosidad cargaba con
una impresionante sensualidad. A los tumbos entraba bracitos a aquel recinto
que nada tenía que ver con ella. Tras un zigzag, que confirmaba su potente
ingesta de vodka y de otras substancias que no se podrían precisar, se frenó de
repente, en pose de macho con las piernas abiertas y un cigarrillo en la boca.
Inclinado levemente el cuerpo hacia delante, comenzó a despedir todo lo que
hasta cinco segundos antes estaba en su estómago, tres segundos antes en su
esófago y un segundo antes en su laringe. Igual que en todos los demás aspectos
de su vida, en ese momento no se percató del mundo que la rodeaba. Sin saberlo,
o quizás sabiendo y dejando que sucediera, vomitó sobre Lucy y sobre todo lo
que ella recién terminaba de limpiar. La puta madre que te parió chetita del
orrrrttttoooooo.