lunes, 1 de diciembre de 2014

Vstiéndose, capítulo 3

En el viaje ella no vio nada, su sagaz visión del vestuario propio y de las demás personas no se aplicaba a la calle. Ese lugar es raro para alguien que vive en las nubes. No vio el río, ese hilo de agua que recorre la ciudad con calma, rodeado de árboles. En la pequeña corriente se ven los últimos destellos del sol, algunos edificios reflejados y en el fondo, muy en el fondo algo de vida, algas, algas verdes y de una textura curiosa a los pies. Si ella pisara alguna vez esas algas morirá por una sobredosis de sentimientos reales. Son millones de moléculas espesas acariciando tus pies; y tus pies aplastando a esas moléculas y en la fusión de dos reinos un torbellino de sensaciones no aptas para aquellos que le temen a la tierra mojada y a la mugre que lava. Nunca las pisó, nunca salió de la pileta del edificio. Séptico cubículo cristalino por inanición, cristalino por obligación, preso del cloro.

Tampoco vio a los chicos que limpiaban los vidrios de los autos. Tomando una coca cola, con los secadores empuñados esperando el rojo del semáforo. Lo lolita con un pantalón de un color no preciso, entre amarillo y violeta con algunos puntos blancos. A lo mejor la campera que le regalaron en la iglesia, a lo mejor la tintura del martes pasado, a lo mejor la lavandina para el piso de tierra del escusado en la villa. El Pancho anaranjado completo, consejo de su hermano (ex lavador de vidrios) para que la gente no lo atropelle cuando se hace esa hora confusa entre la tarde y la noche. Esa hora que era ahora cuando nada es del todo claro pero tampoco del todo oscuro. Ahora cuando no se ve lo visible y cuando sólo algunos seres pueden percibir con otros sentidos más agudos aquello que es necesario percibir. Y Clara no los vio, porque mientras el semáforo estaba en rojo ella buscaba una canción de Robbi Wiliams en su mp4. Y ellos no entendieron porqué no les dio la moneda. Y ella no entendió, ni jamás entenderá que sentido tiene salir al mundo a pedir monedas.
Al revés, Lucy sí los vio. Los vio de cerca cuando cruzaba por la calle del río, y como no tenía nada más que hacer hasta las diez de la noche se sentó a conversar. Le preguntó a la lolita si quería que le hiciera la torta y de paso cuando se la llevara a la casa le cortaba las puntas y le teñía de vuelta el pelo. Pero como cuando uno es de la calle hay que ser precavido la lolita no respondió en seguida. Y mientras, el Pancho miraba de reojo. La mejor opción fue para Lucy quedarse sentada junto a ello sin hablar, mirando hacia el mismo lugar que ellos miraban. Los ojos se iban cada unos minutos, cuando el rojo les marcaba la hora del trabajo. Noc, noc, arriba las cachas y a ver que pasa. Pero a la media hora ya no todos los rojos eran señal para ir a limpiar los vidrios, más pausas, más desgano. En ese momento Lucy siguió viendo hacia el mismo lugar que ellos veían, sin duda la percepción de algo desconocido. La esperanza de la novedad. Respiración dudosa, como si cada inhalación tuviera miedo de ser la última. Y en una de las tantas últimas veces los chicos se apoyaron en los hombros de Lucy, para descansar del día y para descansar de la noche que ya era un hecho, que ya venía. Por un minuto de amor, media hora de cariño y media hora de primeras inhalaciones. Como una bala de salva antes de la guerra, como un paño de agua fría en cien días de cuarenta grados de fiebre.
Pero Clara no vio nada, era incapaz. Pobre lisiada. No vio cuando luego de esa maravillosa hora Lucy se marchó con todo el dolor del alma. Se fue con sus inconfundibles pantalones anchos que gritaban una extrema despreocupación por las cosas de este mundo y con una remera que parecía hecha por algún espíritu antiguo. Se marchó despacio porque cargaba con la tristeza que les había sacado a los chicos. Se fue tras sus pasos, quién sabe a dónde. Ella tampoco sabía a donde ir, faltaba un rato para que llegara la hora de ir a lo de Pedro o Giovanna. Al caminar se preguntaba con quién se encontraría esa noche. Siempre era lo mismo con ellos, nunca se sabía. Anduvo y desanduvo sus pasos, así como había andado y desandado los caminos del mundo. Respiró los aires de las montañas más altas; tomó agua salda para tener el mar adentro; tomó el agua dulce para que por sus venas corriera la misma sangre que en las venas del mundo y en un día de viento encontró un pasaje perdido hacia este lugar. Entre los espirales que los hilos tejidos por su vida habían formado había tanta confusión, tantos escondites llenos de remolinos. Y ella los desenredaba uno por uno; pero cuando componía una parte, otra se volvía a mezclar. Los eternos dobleces la hacían sumergirse en búsquedas confusas, oscuras, una pequeña señal era tomada como la puerta a la meca. Se conducía entre lo más desagradable que cualquiera pueda imaginar, porque en el fondo del pozo no importa quién es bueno. Cuando todos se revuelcan en el lodo lo único que queda es esperar a que alguien desde arriba tire una cuerda.


Pedro y Giovanna están solos en casa. Hace demasiado calor para que Giovanna se quede, pero si no se queda, será peor cuando tenga que traerla de regreso para ir a encontrarse con Lucy. Después de todo siempre podía decirle a Lucy que viniera a su casa, ella era la única que sabía sobre Pedro, la única que conocía a Pedro. Confidente de los dos. Amante de los dos. Pequeño ser adorable y despreciable a la vez. Desagradable y agradable renacuajo citadino arrastrándose por un poco de amor. ¿Quién diablos busca amor en estas épocas? Ella, mi Lucy. ¿Quién necesita un perrito faldero que lo egolatre por lo menos una vez a la semana? Yo, nosotros, Pedro y Giovanna. Esta noche, creo, sólo Pedro. La voy a llamar y le diré que venga. Hecho. A la misma hora, pero en mi casa. Hecho. ¡Estás hecho un pelotudo, Pedro! ¡Se te fue la superación al carajo! ¿Quién sos? No hay remedio, sos dos. Creo que eso le voy a decir a la analista el martes. Comienza el proceso inverso. Cae lentamente el maquillaje vencido por la crema. Sale la blusa, con sumo cuidado. Sale la pollera, hay que tirar un poco, tengo que bajar un par de kilos. Al fin salen las medias, con cuidado que son caras, querida. Y la faja, la faja al salir, al despegarse del cuerpo libera toda la presión de la pelvis que heroicamente había aguantado. Pedro, ahora ya sin más, sólo Pedro. Lentamente camina al baño. Sabe que una ducha, sólo una ducha lo liberará completamente.

En el departamento, todo frío. La frescura del aire acondicionado. Todo prolijo. Decoración. Sábanas. Todo. Nada. Despacio soltarse el pelo. Más despacio desprender la blusa blanca, muy despacio para que no se rompa ni un solo botón. Cuidado, el pantalón no se puede arrugar. Lacio, largo, rubio ceniza, conseguido en la mejor peluquería de la ciudad. Me hace caricias en la espalda, en los hombros. Cómo nos queremos yo y mi pelo, mi pelo a mi piel, mi piel a mi sangre. Todo. Nada. Ropa interior de algodón, con pequeños detalles en cintas de razo rosadas. Descansemos un rato, apenas son las siete y Gisela no llega hasta las nueve. Me caigo suavemente en la cama tendida con sábanas de mil hilos.


La casa tan grande, ahora sola para mí. Este traje me asfixia. Sin paciencia, nunca tuve paciencia para estas cosas. Fuera corbata, cae al piso de parquét encerado por la mañana por una mucama inmigrante ilegal. Fuera zapatos, caen en la alfombra del vestidor que aloja a su vez veinte pares más, iguales a esos. Necesito zapatos, estos están obsoletos, mañana a la mañana puedo ir. De paso, les compro algo lindo a Claudia y a los chicos. Fuera pantalón. Fuera camisa. Ropa interior negra, boxers, abertura para mayor comodidad. Heladera. Un champagne, ¿Chandon o Barón B? que difícil. Barón B, después de todo es el día sin los chicos y sin ella. Todo para mí. Copa adecuada. Una cereza. Está… está… delicioso. Después de la cuarta copa no me levanta nadie hasta mañana. Y cuando lo termine muero, placenteramente. Poder tomar un poco de alcohol tranquilo es lo mejor que me pudo pasar esta noche. Mí querida Marina, como te extraño. Como te extrañan los chicos. Cuanto dolor nos causó tu muerte inesperada. Ni un aviso, ni una señal, la desaparición, sin más. Un poco de alcohol puede ayudar, puede calentar el hielo de adentro mío. 

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