sábado, 6 de diciembre de 2014

Vistiéndose, capítulo 4

El agua corre, sin prisa. No es un río, es un simple torrente fabricado. Miles de gotas caen, copiosamente. No es la lluvia, es una burda imitación. Al diablo el peinado, se mojaron los rulos. No queda nada, pero por lo menos no tiene que usar una peluca cuando se quiere hacer pasar por señora. Durante la tarde, para tomar el té. Durante la noche cuando a Lucy se le ocurre. Durante la noche, porque alguna vez le gusta ponerse la pollerita chiquita (aunque atente contra la moral y las buenas costumbres). Ahora el agua cae sobre la cara, se diluyen los afeites. Ese curso falso de agua lava, no es lo más puro, no es lo mas real pero lava la cara. Vuelve al fin, sin querer o queriendo. Vuelve, en el medio de una gran confusión, en la mayor de las dualidades del ser, Pedro.

Se desliza el agua tibia por unos huesos tristes. Se ha quitado la poca ropa de algodón que le quedaba. Las cintas de razo quedaron en el piso. Leves cosquillas recorren su cuerpo, pero los brazos finísimos no lo sienten. Está dormida. Siempre dormida, porque se le pasó el tren hace rato. Le queda la ropa. Le queda un novio rico. Del tren, mejor ni hablar. El ruido del agua contra el cuerpo y contra el piso, contra la mampara de vidrio. Pero ella sigue en el andén. Desnuda, como ahora, se quedó en el andén, sin nada. Despojada, pero ese falso curso de agua, con agua dudosamente pura no puede hacer nada ya. Ella tampoco.
Asquerosamente ahogado, las burbujas lo están matando. Cada día, lo ahogan un poco más. Fuera calzoncillos, necesito nuevos. Al agua. Quisiera una cascada de metros y metros de alto, con agua helada. Una cascada que me saque todo el dolor y la mugre que vengo arrastrando desde que moriste, mi Marina. Horas han pasado en un parpadeo. Al abrir los ojos todo está de cabeza, pero parece mejor. Probablemente, eso era lo que pasaba, todo estaba de cabeza. Respirando quieto. Un vaso en una mano y la botella la en otra. Nada.

     Hasta que los cuerpos se llenen
Hasta que los cuerpos se vacíen
Seguiremos jugando con ellos
Alterando sus partes
Para cumplir tontos caprichos
Llenos por fuera
Vacíos por dentro
Vestidos
Desvestidos
Desnudos
Otro día
Vueltos a vestir
Capas y más capas,

Ninguna piel caliente.

Con las últimas gotas de agua en el cuerpo encendió el primer cigarrillo de una larga serie de cigarrillos que vendrían. Y se sentó en la cama. Si alguna vez hubiera visto la cueva de una rata diría que esta habitación bien se le parece. Mirando alrededor Pedro ve sus miserias, los labiales tirados en el piso, las polleras en una percha en la puerta del ropero y él tirado en una punta de la cama sin saber quien es. Fin del cigarrillo. Segundo cigarrillo, Pedro mira otra parte de sus miserias, la espuma de afeitar que se alcanza a ver desde la puerta del baño, sus antiguas corbatas y los gemelos que le había regalado su padre para que él se los regale a sus hijos. Fin del cigarrillo. Tercer cigarrillo y Pedro se siente ansioso pero tranquilo sabiendo que en media hora Lucy va a estar en con él y al menos por unas horas podrá saber quién es.
Sin pompones, dos cervezas en la heladera y una pizza a punto de llegar con el chico de la entrega. Voy a poner un mantel para que la mesa no se ensucie, y suena en el inconciente su madre que se lo repite  cada vez que toma la chocolatada. Nene poné el mantel para que no se ensucie la mesa. Tiene un solo mantel, azul oscuro. Timbre. ¿Lucy o la pizza? Por suerte la pizza, ella no va a querer llegar y no tener nada para comer. Ahora, la caja de pizza sobre el mantel azul. Timbre. ¿El señor del alquiler o Lucy? Por suerte es Lucy porque para el alquiler no hay ni diez centavos. Ella se paró frente a la puerta y supo que no la esperaba todavía, después de abrir la puerta Pedro respiró profundo y sintió el perfume de vainilla de Lucy. Sólo entonces abrió los ojos que por miedo había mantenido cerrados los breves segundos en los que había abierto la puerta. Al verla se rió de esa figurita flacucha y desfachatada que parecía no tener coherencia con lo que de ella emanaba. La abrazó como si fuera la última vez y le preguntó lo de siempre, ¿quién soy? Sos Pedro y estás desnudo, yo soy Lucy y traigo mi ropa de franco. Gracias mujer, sin vos esto se pondría cada día peor de lo que se pone. ¿Pizza? Si tengo hambre, decime qué es ese trabajo que conseguiste, ¿eh? Empezá a comer que ahí  te cuento. Y sacaba una cerveza del congelador sin tapa, una quilmes helada, impagable. Y empezó a hablar. Lo que pasó es que tuve una suerte bárbara, la trolita de Clara – la conocés, te hable de ella- se enganchó con el jefe que es un tipo viudo y con bastante guita. El muchacho tiene dos hijitos, una nena y un nene y me quieren a mí como niñera. Lo que pasa es que estaban buscando alguien de confianza. Y en esa parte entro yo, qué mejor para cuidar a tus hijos que un amiga con la que tu novia se junta a tomar el té y a jugar a la canasta todos los martes a las cinco. Sin duda soy perfecta para el empleo, eso es lo que le dije al tipo, que a todo esto ya ni me acuerdo de cómo se llama. Pero nena sacá esa cara de “se me murió toda la familia” y reíte un poco, aunque sea por mí. Bueno, bueno, la cosa es que no hay que festejar tanto porque todavía falta lo más importante, es decir que me conozcan los mocosos y que les caiga simpática. ¿Y? reaccioná, decime algo. 

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