Estaba Dios sentado en el Edén…
¡Momento! ¿Hay Dios? No lo sé, pero por las siguientes líneas supongamos que
sí. Es que en algo hay que creer, esa es nuestra naturaleza. Aunque usted lo
niegue, aunque se ande proclamando ateo por la vida, en algo/alguien confía más
que en usted mismo. Todos los hombres de todos los tiempos han creído en un
ente superior. Escudriñe su interior y verá que tengo razón.
Entonces… estaba Dios (y por hacerlo
un poco más liviano pongámoles un nombre… por decir… Eduardo). Y de nuevo…
Estaba Eduardo sentado en una roca enorme mirando el mar, a su espalda un
bosque verde, húmedo. Tan tranquilo allí, Eduardo se sintió solo, sacó de su
bolsillo la bolsa de tabaco y se armó un cigarrito. Lo fumó despacio, mirando
cómo el humo se batía en el aire y formaba danzantes figuras extrañas, para luego
desaparecer.