Se paró rápidamente.
Estaba chorreando agua por todos lados, con ropas cuyos colores ya no se
reconocen. Lo único que pudo hacer fue conseguir un taxi, al que tuvo que
ofrecerle una buena suma de dinero mojado para que le permitiera ensuciar su
tapizado. Se desplomó en el asiento trasero, húmeda, sucia, desgarrada ante la
fatal recuperación de la conciencia. Por primera vez, Clara era vulnerable,
incapaz de predecir el paso siguiente. Ni siquiera podía decidir adónde quería
ir en ese momento. Y como suele suceder en los momentos menos oportunos, el
tachero quería hablar. Y hablaba del clima del día que estaba por empezar,
después como derivación natural del clima vino el tema de los malos conductores
que normalmente va seguido del incumplimiento de la ley en este país de choros
y narcos, ante lo cual, claro está llegó la corrupción de los gobernantes y la
gran pregunta de a donde va el dinero que pagamos por los impuestos, y todos
los etcéteras que se le puedan ocurrir. Sin remedio, Clarita respondía que sí a
todo, un sí que salía quién sabe desde donde, desde el medio de la mugre de su
cuerpo. Y por dentro pensaba, si es que podía llamarse a ese precario manejo de
las ideas pensamiento, por dios cuando carajo se va a callar este hombre,
cuanto falta para llegar a mi casa.