El lugar para la
cita era siempre el mismo, un jardín lleno de flores de estación en el patio
del edificio de Clara. Una dulce primavera les permitía tomar el té afuera.
Clara se encargó ella misma de prepara la mesa. Correctísimo mantel blanco,
bordado a mano en las orillas. Tal vez perteneció a alguna abuela, o tal vez lo
compró el año pasado en un bazar italiano durante sus vacaciones; no lo recuerda,
la resaca hace olvidar muchas cosas. Después de todo es solamente un mantel y
sus correspondientes servilletas. Dispuso las tazas de porcelana, medida de té,
aunque nunca se sabe: alguien puede querer café. En el centro de la mesa algún
jarrón no muy alto con un arreglo. A las cinco, con la puntualidad más exacta y
jamás vista en un grupo todas tocaron a la puerta y el guardia de seguridad las
hizo pasar porque ya las conocía. Saludos ruidosos.
En fila india pasan al
jardín, camino hecho. Se sientan y son una maravilla, una descomunal figurita
de la revista Para Ti. De derecha a
izquierda: Isabel Menees, castaño claro con un peinado de costosa peluquería
céntrica, infaltables pendientes (no muy grandes, discretos pero distinguidos)
y collar haciendo juego, una remera azul marino de mangas tres cuartos, jeans y
botas cortas (se las puso porque con el fin del invierno probablemente sea una
de las últimas oportunidades de usarlas, ni modo, hay que amortizar la
inversión); Bárbara Agüirzabal, rubio sospechoso, es decir no conseguido por
nacimiento sino a través de ungüentos, mentón pequeño que marca el final de una
cara completamente angelical (cuando dios la tenga a su lado la va a desear
peligrosamente), hermosamente fría, la reina de la nieve viste de blanco y dos
perlas café escrutan su entorno; Clara, sin más nuestra Clara, con su buen
gusto característico envuelve su piel blanca en ropa de diseñador y elige los
tajes adecuados para cada ocasión, telas suaves y un poco amplias que dejan
adivinar en esa ropa de media estación su delgada (débil, enclenque) figura;
Giovanna es una señora de cuarenta: viste trajecito especial para la ocasión,
no es ropa de todos los días y eso se nota porque no está muy cómoda, basta con
mirar los pequeños pliegues que se forman al doblar los codos y los botones con
cierta tirantez, aunque el lavanda es un buen color para combinarlo con su tez
mate; Mercedes Olavarría, eterna caza fortunas del lado norte de la ciudad, sombrerito
parisino y uñas muy cuidadas (diría yo, esculpidas). Preciosas, sonrientes.
Chiiiicaaasss digan cheers!
-
Barbi
¿té o café?- pregunta Clara.
-
¿El
café es colombiano?
-
Sí,
y al té lo trajo César de su último viaje a Londres- replicó Clara pensando
para qué hacer una pregunta cuya respuesta era demasiado obvia.
-
Bueno,
entonces café.
-
Yo
té- dijeron las demás casi al unísono.
-
Miren-
dijo pausadamente Mercedes mientras se quitaba el guante de la mano derecha.
Exclamaciones
exacerbadas del resto del grupo y una sonrisa brillante de Mercedes. Todas
podían contemplar en el dedo anular de su mano derecha (era muy pronto para la
izquierda) un anillo romano con diamantes y zafiros reales. Saltaba a la vista
que la pieza era de diseñador, extranjero por supuesto.
-
Te
lo tenías bien guardado, ¿eh?- dijo Isabel saliendo de su silencio.
-
Bueno,
es que no era muy seguro al principio, pero ahora ¡ya lo tengo!- Mercedes
sonrisita picarona.
-
¿Quién
es? Confesá- inquirió Clara.
-
Es
el manager de Audi en la región del MERCOSUR, lo cacé en un cóctel de esos a
los que ustedes nunca me quieren acompañar, ja ja- Mercedes siempre daba
detalles de sus conquistas, sobre todo detalles en cuanto a su patrimonio.
-
Felicitaciones,
mi querida, realmente deseo que te dure más de tres meses- Giovanna solía ser
incisiva en esa clase de cuestiones.
-
Gracias-
dijo Mercedes secamente.
-
Bueno,
bueno, el otro día vi una casita en el country del lado del mío y por el amor
de dios, ¿quién diablos contrató al arquitecto de esa gente? ¿su peor enemigo?
Risas en apoyo al
comentario que catapultó una larga serie de otros entredichos sobre el buen o
mal gusto de la alta sociedad de la ciudad. Después, un par de chismes sobre
engaños entre parejas felizmente fotografiadas pero tristemente acostadas. Esas
mujeres comían masas finas y herían sin compasión a cuanto ser se les pasaba
por la mente. Seguramente en otro lugar había una reunión del mismo calibre
donde ellas estaban siendo destruidas en igual medida. Ironías de las manadas,
quién dijo que éramos animales tan inteligentes. En fin, en ese liviano
discurrir iban pasando las horas, saltando de la moda al sexo (o algo que a
ellas les parecía que era sexo), del sexo a los chismes de la farándula y sus
conexiones con la sociedad local (es decir, ejemplos similares o peores).
De los niños que
debían conocer a su niñera nueva se han olvidado, es que tal vez queden un rato
más con la abuela. No hay prisa, es día de té.
Y más tarde, para despuntar el vicio un
partidito de canasta. Gana, como la mayoría de las veces, Giovanna. Y piensa
que en cualquier momento las va a ahorcar a todas con las servilletas de cien
hilos bordadas con hebras de seda. Entonces, su momento de ir a baño.
Autocontrol, autocontrol, por favor Pedro. Otra vuelta Pedro. Inspira, expira.
Inspira, expira. Contamos hasta diez. Una vez más. Volvamos a la mesa. Gio
querida siempre nos ganás, voy a empezar a creer que nos haces trampa. Y Pedro
a punto de salirse por la garganta y los poros de Giovanna sólo para gritar:
son todas unas idiotas, no les da ni para un partido de canasta y mientras
tanto... mientras tanto tantas cosas.
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