Había llegado el final de
fiesta, otro final para Clara; un final que era menos degradante que el de la
noche anterior. Ahora sólo había perdido unos cuantos pesos en un juego de
canasta y se había tenido que comer calladita que la tonta de la Meche ya
tuviera anillo mientras ella seguía esperando, aguantando a los mocosos.
Entró las cosas del jardín y se
dedicó el resto de la tarde a prepararse para su presa, un buen cazador hace
todo su trabajo. Ella ya tenía la niñera, si funcionaba en las vacaciones de
invierno estaría una semana sola con César bronceándose en el Caribe.
Pero esos resultados todavía
estaban lejanos, no hay que comerse la torta antes de batirla y a eso ella lo
sabía. Ya había perdido varios anillos de diamantes por apurona, había tenido
que borrar varios archivos con listas de invitados; sin embargo, algo le decía
que ésta era la gran oportunidad, y por
sobre todo sentía que ésta era la última oportunidad.
Después de acomodar los platos
en el lavavajillas blanco, que desaparecía entre las líneas de los muebles de
la cocina, sacó la licuadora y se hizo un batido de cítricos y berries.
Esperaba que funcionara, como le recomendó Gisela por teléfono, porque apenas
había podido disimular su estado pos borrachera frente a “las chicas”, no podía
correr el riesgo de que César se diera cuenta.
Los pies finos, blancos y descalzos
sentían el roce del suelo tapizado de mullidas alfombras que conducía por el
pasillo desnudo hasta el amplio cuarto del departamento. Si no eras el dueño de
ese espacio o no poseías una buena vista era posible que lo confundieras con un
lugar vacío pintado de color verde agua claro.
Abrió finos dedos un gabinete
para descubrir el televisor y como las arañas se lanzan desde lo alto de un
rincón para descansar sobre su red recién tejida ella se lanzó a su cama
mullida en la que su ligero peso apenas dejaba una huella. Milimétricamente
acomodó las almohadas hasta quedar en la misma posición calculadamente
confortable que tomaba siempre. Descansar, eso necesitaba antes de que se
hicieran las nueve y el conserje le avisara que el Mercedes estaba abajo.
Descansar sin dejar de visualizar el objetivo,
el mismo objetivo que perduraba en su mente desde los cinco años de edad. Puso play al control remoto y una vez más
empezó a correr la versión original de “La Cenicienta”.
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