sábado, 18 de julio de 2015

Vistiéndose, capítulo 11

Había llegado el final de fiesta, otro final para Clara; un final que era menos degradante que el de la noche anterior. Ahora sólo había perdido unos cuantos pesos en un juego de canasta y se había tenido que comer calladita que la tonta de la Meche ya tuviera anillo mientras ella seguía esperando, aguantando a los mocosos.
Entró las cosas del jardín y se dedicó el resto de la tarde a prepararse para su presa, un buen cazador hace todo su trabajo. Ella ya tenía la niñera, si funcionaba en las vacaciones de invierno estaría una semana sola con César bronceándose en el Caribe.

Pero esos resultados todavía estaban lejanos, no hay que comerse la torta antes de batirla y a eso ella lo sabía. Ya había perdido varios anillos de diamantes por apurona, había tenido que borrar varios archivos con listas de invitados; sin embargo, algo le decía que ésta era la gran oportunidad,  y por sobre todo sentía que ésta era la última oportunidad.
Después de acomodar los platos en el lavavajillas blanco, que desaparecía entre las líneas de los muebles de la cocina, sacó la licuadora y se hizo un batido de cítricos y berries. Esperaba que funcionara, como le recomendó Gisela por teléfono, porque apenas había podido disimular su estado pos borrachera frente a “las chicas”, no podía correr el riesgo de que César se diera cuenta.
Los pies finos, blancos y descalzos sentían el roce del suelo tapizado de mullidas alfombras que conducía por el pasillo desnudo hasta el amplio cuarto del departamento. Si no eras el dueño de ese espacio o no poseías una buena vista era posible que lo confundieras con un lugar vacío pintado de color verde agua claro.
Abrió finos dedos un gabinete para descubrir el televisor y como las arañas se lanzan desde lo alto de un rincón para descansar sobre su red recién tejida ella se lanzó a su cama mullida en la que su ligero peso apenas dejaba una huella. Milimétricamente acomodó las almohadas hasta quedar en la misma posición calculadamente confortable que tomaba siempre. Descansar, eso necesitaba antes de que se hicieran las nueve y el conserje le avisara que el Mercedes estaba abajo.
Descansar sin dejar de visualizar el objetivo, el mismo objetivo que perduraba en su mente desde los cinco años de edad. Puso play al control remoto y una vez más empezó a correr la versión original de “La Cenicienta”. 

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