lunes, 15 de diciembre de 2014

Vistiéndose, capítulo 5

Lucy parpadeaba, y no movía ni un milímetro ninguna parte del cuerpo. Estaba en otra parte, no sabía muy bien donde. Pero podía al mismo tiempo captar lo que Pedro decía. Lo único que pudo preguntar fue ¿y el trabajo para quién es? ¿Para Pedro o para Giovanna? Siempre estas en el lugar donde no tenés que estar y haces las preguntas menos indicadas, mira que sos boluda vos ¿eh? Y bueno, si llego y lo primero que me preguntas es quien sos. Y dos minutos después de que te digo que sos Pedro me empezás a hablar como Giovanna. Yo te quiero, te respeto como sos y te ayudo y bien sabes que soy la única que lo hace, que nadie más en este mundo tendría cuerpo para estar con ustedes y yo estoy acá. Si te lo pregunto es porque quiero que pienses en donde te estas metiendo. Ya tenía que saltar la moralina. No te equivoques, no es moralina, es para que vayas viendo que ese trabajito que tanto te gustó conseguir es cama adentro, y que se van a ir de este nido de ratas en el que están tan cómodos, a vivir a otro nido de ratas un poquito más lujoso; pero donde uno de los dos se va a quedar en la calle y en los pensamientos. Pero mirá lo que decís, mi pichona. 

Vos siempre adelantándote a los hechos, siempre mi palomita preocupada por mí ¿Qué haría sin vos? A eso después lo vemos. Ahora brindemos antes de que se caliente la cerveza y comamos que me muero de hambre y seguro que vos también. Siempre las tensiones, siempre los momentos profundos eran con Lucy. Ella sabía qué parte de ellos era la que estaba más enterrada en el barro y sabía cómo les dolía que se los recordara. Perversidades encubiertas. Pero a ella también le iba a tocar.

Un pedazo de pizza en los pantalones de Lucy y eso fue suficiente. Para que Pedro le sacara la comida con los dientes y se arrodillara ante ella (Porque más que) para besarle las piernas, flaquitas pero fuertes como las de una hiena. Mientras ella bebía y lo miraba hacer; como evaluando (a cualquier charla profunda) cuánto daba, para saber cuánto dar. Y le dio placer como siempre, lo esperado, el fanatismo de su lengua y la desesperación de las manos. Nada le provocaba más placer que esa boca en su cuerpo (o más que a ejercer cualquier presión). En el desordenado silencio se podían oír pequeños jadeos y quejidos, sutiles sonidos que hace la seda cuando quien la lleva puesta camina o se mueve. Una seda azul eran ellos tres moviéndose al compás. Ahora, adiós a la cocina y derecho al cuarto (inútil sobre el otro,) pare que ella los complaciera. Eso era lo que más disfrutaban Pedro y Giovanna de Lucy, que ella los complacía a los dos. Primero los oídos, para que sintieran la respiración entrecortada, el calor. Después bajar hasta los pechos, puro placer femenino, signo por excelencia de una mujer, el goce de Giovanna (a eso se habían juntado.). Después, el estómago y los dientes mordiendo despacio, haciendo un pequeño camino para llegar al pene, al falo, a aquello que sobraba a veces y que era necesario otras. Pero que en este momento era él  en lo más alto del placer. Y Pedro quebrado en dos, gozando ahora de su masculinidad entre jadeos mudos (Simplemente a recibir). Y cuando el inagotable ritual del comienzo estaba terminado ya emprendían los tres el camino de regreso, la penetración. La débil Lucy convertida en una leona dueña de la manada, en una fiera (algo de amor) cuyo mandato era fagocitar a su presa. Pajarito indefenso acostado a su merced (que les andaba faltando.) que obediente se dejó hacer dando pequeños gritos de afirmación mientras ella consumía la vida de los tres en fuertes y prolongados movimientos. Hasta que al fin se quemaron juntos, el pájaro y la leona. Pero ya volverían, en algunos minutos, al darse un beso. Húmedos de tanto fuego, sólo les quedó dormir. 

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