"La fuente", Marcel Duchamp |
Había entrado a las
cuatro de la madrugada. Tres horas e infinitos excusado después, cuando
repasaba el último (no del día por supuesto), entró en esa especie de espiral
subterráneo que eran los baños de la plaza pública número trece una mujer de
flacos brazos blancos. Lucy siempre recordaría esa primera impresión porque le
pareció estar viendo a un ser de celulosa hecho con partes humanas que mucho se
asemejaban a las de una rata por un lado, y mucho se asemejaban a las de una
araña pollito por otro; pero que al margen de toda esa asquerosidad cargaba con
una impresionante sensualidad. A los tumbos entraba bracitos a aquel recinto
que nada tenía que ver con ella. Tras un zigzag, que confirmaba su potente
ingesta de vodka y de otras substancias que no se podrían precisar, se frenó de
repente, en pose de macho con las piernas abiertas y un cigarrillo en la boca.
Inclinado levemente el cuerpo hacia delante, comenzó a despedir todo lo que
hasta cinco segundos antes estaba en su estómago, tres segundos antes en su
esófago y un segundo antes en su laringe. Igual que en todos los demás aspectos
de su vida, en ese momento no se percató del mundo que la rodeaba. Sin saberlo,
o quizás sabiendo y dejando que sucediera, vomitó sobre Lucy y sobre todo lo
que ella recién terminaba de limpiar. La puta madre que te parió chetita del
orrrrttttoooooo.
Tarde piaste
canario. Bracitos ya había vomitado sobre Lucy el abundante contenido de una
cena en caro restaurante de la ciudad y varios tragos de ingredientes
indescriptibles. Cuando terminó de escupir los resabios que le quedaban en la
boca se desplomó en el piso y cayó sobre parte de su propio vómito. Lucy con su
estómago bastante revuelto y su cuerpo (incluyendo la cara y el pelo) lleno de
restos, se levantó y como su fuerza, agotada después de varias horas de dura
limpieza, se lo permitió la arrastró
escaleras arriba para salir del baño. Una vez arriba, hubo un poco más de
oxígeno y algo de lucidez. La chica de los baños había dejado asomar todos esos
odios contenidos contra la gente de la clase a la que pertenecía bracitos,
tormentosos pensamientos corría por su mente, llenos de ira controlada por
tantos años, llenos de furia. Aunque esa furia no fuese precisa y únicamente
para bracitos, ella era una forma de
canalizar, de exteriorizar. Miró para todos lados y por suerte no andaba mucha
gente en la calle todavía. Nuevamente la arrastró, ahora hasta la fuente de la
plaza y al llegar la empujó adentro. La fuente, en sus buenos tiempos, debió
haber sido hermosa; ahora sólo quedaban rastros de sus antiguas venecitas de
colores vivos formando líneas curvas que se cruzaban entre sí varias veces dentro
de los límites ovalados. Y desde el centro se alzaba un pilar que sostenía otra
fuente ovalada más pequeña, hogar de extrañas criaturas, un poco pez, un poco
ángel, un poco niños, que lanzaban de sus bocas hilos de agua. Eran pequeños
vómitos de un agua que ya nunca jamás podría ser pura bendición. Cuando el
cuerpo débil y flaco tocó el agua sucia emitió el primer sonido. Un grito
desesperado, un grito de auxilio como los que dan las personas que caen a los
abismos. Pero el final del recorrido terminó pronto, la fuente sólo tenía medio
metro de profundidad. Como un cerdo desnutrido que no tiene fuerzas para salir
del charco de fango en que se ha metido, ella se movía, pataleaba, chillaba y
quien sabe cuantas cosas más, cuantos movimientos y acciones desesperadas e
inútiles en medio de aquel agua semipodrida, con envolturas de todo tipo, con
líquidos aportados por tantos vagabundos. Sin terminar de ver el grotesco
espectáculo Lucy se marchó otra vez hacia el subsuelo, gracias a esta nenita
debía volver a limpiar todo el baño y lo peor y más urgente debía limpiarse ¡ella!
Pobre Lucia, no
había más odio en el mundo del que había en su corazón contra…contra… Bueno,
ella no sabía muy bien contra qué o quiénes era su odio. Simplemente en
situaciones como esta la ira la dominaba y sentía una gran opresión en el pecho
que le impedía a su corazón latir con normalidad, y subía hasta la garganta
pero jamás podía salir. Limpiaba los cinco retretes antes ensuciados por Clara,
frenéticamente, ejerciendo presión sobre el líquido funesto y semisólido. Ciega
de rabias contenidas, porque su madre. Y también porque Barbarita.
En la fuente quedó
en vías de reacción Clara. Después de desparramarse por le agua infestada tomó
conciencia de quien era y dónde estaba. Porque como suele suceder en medio de
las borracheras uno no recuerda mucho de la persona que era cuando tomó la
primera cerveza. Esa primera gota es la hacedora de la transformación, la
piedra fundamental. Después de ella, Clara había comenzado la debacle. Lo
primero fue utilizar una palabra que ella pocas veces pronunciaba sin
vacilación, sin previas cavilaciones, ella empezó a decir sí. Toda pregunta
recibía una respuesta afirmativa, todo desafío era aceptado. Así fue como
había caminado, luego de una función en
el teatro y de una cerveza artesanal en un bar muy cool, hasta un bar con algo
de rock and roll y tragos exóticos. Por decir que sí, se vio al otro día, en
las fotos de su teléfono, bailando muy sexy sobre una mesa con un muchacho
apuesto (pero a la luz de la sobriedad sin estilo). Y cinco horas después se
había transformado en esa larva asquerosa que trataba de salir a flote en una
inmunda fuente de plaza de barrio. Cinco horas después trataba de saber
exactamente quién era y cuando finalmente lo supo se encontró en un lugar que
no le pertenecía, al que ella no pertenecía.
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