lunes, 22 de diciembre de 2014

Vistiéndose, capítulo 6

"La fuente", Marcel Duchamp
Había entrado a las cuatro de la madrugada. Tres horas e infinitos excusado después, cuando repasaba el último (no del día por supuesto), entró en esa especie de espiral subterráneo que eran los baños de la plaza pública número trece una mujer de flacos brazos blancos. Lucy siempre recordaría esa primera impresión porque le pareció estar viendo a un ser de celulosa hecho con partes humanas que mucho se asemejaban a las de una rata por un lado, y mucho se asemejaban a las de una araña pollito por otro; pero que al margen de toda esa asquerosidad cargaba con una impresionante sensualidad. A los tumbos entraba bracitos a aquel recinto que nada tenía que ver con ella. Tras un zigzag, que confirmaba su potente ingesta de vodka y de otras substancias que no se podrían precisar, se frenó de repente, en pose de macho con las piernas abiertas y un cigarrillo en la boca. Inclinado levemente el cuerpo hacia delante, comenzó a despedir todo lo que hasta cinco segundos antes estaba en su estómago, tres segundos antes en su esófago y un segundo antes en su laringe. Igual que en todos los demás aspectos de su vida, en ese momento no se percató del mundo que la rodeaba. Sin saberlo, o quizás sabiendo y dejando que sucediera, vomitó sobre Lucy y sobre todo lo que ella recién terminaba de limpiar. La puta madre que te parió chetita del orrrrttttoooooo.

Tarde piaste canario. Bracitos ya había vomitado sobre Lucy el abundante contenido de una cena en caro restaurante de la ciudad y varios tragos de ingredientes indescriptibles. Cuando terminó de escupir los resabios que le quedaban en la boca se desplomó en el piso y cayó sobre parte de su propio vómito. Lucy con su estómago bastante revuelto y su cuerpo (incluyendo la cara y el pelo) lleno de restos, se levantó y como su fuerza, agotada después de varias horas de dura limpieza,  se lo permitió la arrastró escaleras arriba para salir del baño. Una vez arriba, hubo un poco más de oxígeno y algo de lucidez. La chica de los baños había dejado asomar todos esos odios contenidos contra la gente de la clase a la que pertenecía bracitos, tormentosos pensamientos corría por su mente, llenos de ira controlada por tantos años, llenos de furia. Aunque esa furia no fuese precisa y únicamente para bracitos, ella  era una forma de canalizar, de exteriorizar. Miró para todos lados y por suerte no andaba mucha gente en la calle todavía. Nuevamente la arrastró, ahora hasta la fuente de la plaza y al llegar la empujó adentro. La fuente, en sus buenos tiempos, debió haber sido hermosa; ahora sólo quedaban rastros de sus antiguas venecitas de colores vivos formando líneas curvas que se cruzaban entre sí varias veces dentro de los límites ovalados. Y desde el centro se alzaba un pilar que sostenía otra fuente ovalada más pequeña, hogar de extrañas criaturas, un poco pez, un poco ángel, un poco niños, que lanzaban de sus bocas hilos de agua. Eran pequeños vómitos de un agua que ya nunca jamás podría ser pura bendición. Cuando el cuerpo débil y flaco tocó el agua sucia emitió el primer sonido. Un grito desesperado, un grito de auxilio como los que dan las personas que caen a los abismos. Pero el final del recorrido terminó pronto, la fuente sólo tenía medio metro de profundidad. Como un cerdo desnutrido que no tiene fuerzas para salir del charco de fango en que se ha metido, ella se movía, pataleaba, chillaba y quien sabe cuantas cosas más, cuantos movimientos y acciones desesperadas e inútiles en medio de aquel agua semipodrida, con envolturas de todo tipo, con líquidos aportados por tantos vagabundos. Sin terminar de ver el grotesco espectáculo Lucy se marchó otra vez hacia el subsuelo, gracias a esta nenita debía volver a limpiar todo el baño y lo peor y más urgente debía limpiarse ¡ella!
Pobre Lucia, no había más odio en el mundo del que había en su corazón contra…contra… Bueno, ella no sabía muy bien contra qué o quiénes era su odio. Simplemente en situaciones como esta la ira la dominaba y sentía una gran opresión en el pecho que le impedía a su corazón latir con normalidad, y subía hasta la garganta pero jamás podía salir. Limpiaba los cinco retretes antes ensuciados por Clara, frenéticamente, ejerciendo presión sobre el líquido funesto y semisólido. Ciega de rabias contenidas, porque su madre. Y también porque Barbarita.

En la fuente quedó en vías de reacción Clara. Después de desparramarse por le agua infestada tomó conciencia de quien era y dónde estaba. Porque como suele suceder en medio de las borracheras uno no recuerda mucho de la persona que era cuando tomó la primera cerveza. Esa primera gota es la hacedora de la transformación, la piedra fundamental. Después de ella, Clara había comenzado la debacle. Lo primero fue utilizar una palabra que ella pocas veces pronunciaba sin vacilación, sin previas cavilaciones, ella empezó a decir sí. Toda pregunta recibía una respuesta afirmativa, todo desafío era aceptado. Así fue como había  caminado, luego de una función en el teatro y de una cerveza artesanal en un bar muy cool, hasta un bar con algo de rock and roll y tragos exóticos. Por decir que sí, se vio al otro día, en las fotos de su teléfono, bailando muy sexy sobre una mesa con un muchacho apuesto (pero a la luz de la sobriedad sin estilo). Y cinco horas después se había transformado en esa larva asquerosa que trataba de salir a flote en una inmunda fuente de plaza de barrio. Cinco horas después trataba de saber exactamente quién era y cuando finalmente lo supo se encontró en un lugar que no le pertenecía, al que ella no pertenecía. 

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