domingo, 9 de noviembre de 2014

El (des) Empleado


“¡Es más temprano que la cresta!” – Pensaba mientras se ponía las medias y al mirar por la pequeña ventana metálica del cuarto no podía distinguir aún la claridad del día. Trató de prender la estufa para cuando se levantara la vieja, pero no había más palos. En su lugar calentó agua y prendió la radio, aunque sea que hubiera calor de hogar.
Se acercó despacito a la cama de la abuela y le hizo un cariño en la ya rala y blanca cabellera. Ella hacía rato estaba despierta, se hacía la zonza no más para que puro llegara el nieto a hacerle esa caricia que cada mañana le llenaba el alma. Cuando la vieja se levantó, el nieto, vestido con sus mejores ropas, peinado con un pulcro lengüetazo de vaca y con colonia, le acercó el primer mate a ella. Verde sauce llorón y más espumoso que agua del lavarropas estaba ese mate mañanero; porque Claudio es seco para cebar mate, esa costumbre se la dejó una argentina que estuvieron hospedando unos meses en su casa, esa fue una forma de pasar las penas del invierno; pero no duró más que un par de meses hasta que ella se consiguió un flaco medio pavo con una billetera más grande que el pantalón.
En fin, que tomaban mate con la abuela Rosa cuando en la radio se empieza a escuchar la noticia:
“El ex presidente Sebastián Piñera celebró ayer, junto a algunos de sus colaboradores, las cifras de empleo que entregó el INE. A través de su cuenta de Twitter expresó: “1 millón 17 mil empleos creados durante el gobierno anterior significa que más de un millón de chilenos encontraron dignidad y oportunidades. Además, más de dos tercios de esos nuevos empleos son con contrato escrito, indefinido y con previsión social y seguro de salud y cesantía. Cuando llegamos al gobierno en 2010 abundaban los letreros "no hay vacantes, no insista " hoy los letreros dicen "se necesitan trabajadores".” De esta forma el ex mandatario recalcó el papel de su gobierno en la creación de empleo”.
Al terminar el locutor de leer esta noticia Claudio movía la cabeza en una negativa triste, como de quien ha sido defraudado la mañana de Navidad con un regalo que no le pidió al viejito pascuero. Mientras, levantaba su morral negro simil cuero para irse ya a dar la pelea.
En el paradero de colectivo había muchos igual que él, pero ya no los miraba, después de tantos meses buscando trabajo no quería más esa terapia de grupo patético que comparte sus experiencias de puertas cerradas, de negativas encubiertas en un “te estamos llamando”; ya estaba hastiado de todo eso y de todos los que día a día compartían esas experiencias pensando que así tal vez les saldría todo mejor después de escupir la mierda.
No, él había ocupado su tiempo esperando el colectivo (que pasaba tarde, mal y nunca) para hacerse amigo de doña Carmen de los Andes Pérez Pérez, así le había largado su nombre la misia cuando él le preguntó una mañana de enero hacía un buen tiempo. ¿Cuál era la gracia de ser amigo de esta señora con pelos en las orejas y alguno que otro perdido en el bozo? Muy simple, ella era la dueña del quiosco de diarios y revistas y ser su amigo le daba un pase gratis a los clasificados; es decir, en los últimos tres meses, contando los cinco días de la semana, había logrado evadir la compra de 120 diarios a razón de 500 pesos aproximadamente cada uno, no estamos hablando de poca plata.  Conversando con la peluda Carmen se había enterado que ella estaba sola en la vida, hoy le contaba cómo era que sus hijos se habían ido a distintas partes del país en busca de mejores oportunidades porque la capital estaba abarrotada de “buscaempleos”, escuchaba el relato al tiempo que leía los clasificados de “El Mercurio”, del mismo modo que se escucha música mientras uno se baña y alcanza a distinguir la melodía de una canción conocida pero no puede seguir la letra porque el ruido de la ducha no lo permite. Pero conocía bien la letanía, sabía que era lo mismo que le pasó a su vieja Rosa cuando se le fueron los hijos al norte para ver si conseguían trabajo en las minas o cuando su misma madre había salido al sur para ser cocinera y no había regresado jamás.
Cuando en medio de la conversación veía un empelo que le “tincaba” no rayaba el diario, eso hubiese sido pena de muerte por parte de Carmen, sino que escribía el aviso completo en una libretita que llevaba. Ese día encontró tres posibles empleos: alguien solicitaba un dependiente para una tienda de camisas y corbatas; otro de los clasificados era de un hogar de ancianos en busca de cuidadores; el último que vio era para reponedor de una cadena de farmacias. Él buscaba trabajo, cualquier trabajo, no como al principio, cuando había salido del Instituto Profesional y era un flamante Técnico en Enfermería. En esos primero días de búsqueda seleccionaba labores acorde a sus estudios, se enfocó en centros de salud, clínicas y hospitales, llevaba su currículo aunque no se solicitaran empleos en ese momento. Los tiempos habían cambiando ante las numerosas negativas, si un día en los clasificados no aparecía nada que encajar en su profesión, igual le daba y armaba su ruta para postular a todas las vacantes que tal vez representasen una posibilidad, aunque fuera una en mil.
Después de analizar las tres opciones de aquel día, se planteó comenzar la ruta en el hogar de ancianos. Era el lugar más retirado de la ciudad, sin duda le hubiese convenido empezar por el local donde pedían un vendedor de camisas y corbatas, pues que estaba a pocas cuadras del paradero donde lo dejaba la micro, y como era temprano en la mañana aún conservaba la “buena presencia” que se exigía en el aviso. Pero no, el empleo en el hogar era lo más cercano a lo que le gustaba hacer, incluso durante sus estudios había tomado un ramo de gerontología que era optativo. En el viaje de su barrio al centro ya se hacía ilusiones, se imaginaba cuidando a los viejitos con el mismo amor con el que cuidaba a su viejita, a su amorosa y dulce viejita. Al salir del camión de carga de animales que era el transporte público mañanero veía las cosas un poco más negras, en una dormitada que hizo en el segundo colectivo que tomó se le figuraba la piel trasparente y arrugada de  las manos de miles de ancianos que lo tomaban demasiado fuerte por todas partes del cuerpo, que le pedían comida, amor, cambio de pañales. Despertó exaltado, le corría una gota pequeña de sudor por la frente que secó con un gesto automático, su respiración no estaba entrecortada, más bien se había ahogado en la desesperación del rugoso tacto.
Viajó media hora en micro hasta llegar al hogar de ancianos para encontrarse con una fila de otros veinte postulantes. Esperó pacientemente, a estas alturas estaba acostumbrado a esa clase de espera entre desempleado. Como era habitual, no hablaba con nadie, prefería no conocer a los contrincantes para no hacerse falsas esperanzas o desesperanzas.
Al medio día logró entregar su currículo a una señora que casi no lo miró, no olió su perfume, no notó que la camisa estaba recién planchada. Simplemente anotó algunos datos y despachó la típica frase: “Lo estaremos llamando en los próximos días”. Había dejado de contar las veces que había escuchado es misma frase en los últimos tres meses, pero la promesa del llamado nunca se había cumplido. Casi podía entender cómo se sintieron los israelitas por miles de años buscando una tierra prometida que no llegaba, al caminar desde el hogar de ancianos hasta la parada para volver al centro y entregar los currículos que le faltaban se imaginaba que caminaba detrás de Moisés en el desierto viendo espejismos, dudando a veces de la fe, y con pequeños chispazos de alegría cuando caía el maná.
Así, entre espejismos de planillas de liquidación y depósitos en la cuenta RUT a fin de mes llegó un poco desarrapado a la tienda de camisas y corbatas. Se alineó un poco antes de entrar, increíblemente no había cola en el local.
-       Buenas tardes señor, vengo por el aviso del diario donde piden un vendedor.
-       Ah  sí, lo puso mi esposa porque quiere que pase más tiempo en la casa con ella, pero la verdad no necesito a nadie. Y eso que ya llegaron varios como usted.
-       Bueno, igualmente ahora en marzo suelen llegar más clientes para comprar ropa después de las vacaciones y tal vez usted solo no dé abasto.- Claudio ya conocía muchas de las frases “cliché” de los “buscaempleo”, y las usaba sin vergüenza.
-       Es posible, déjeme sus antecedentes – dijo el don que ya pisaba los cincuenta y tantos- y si necesito a alguien lo llamo, me cayó bien usted muchacho.
-       Muchas gracias, y que tenga un buen día.
A Claudio no le parecía pertinente hablar más de lo estrictamente necesario, no era como otros “buscaempleos” que estiran la conversación todo lo que pueden con el posible empleador, que se muestran como los pavos reales les muestran sus colas a las pavas en primavera. No, el decía que se mantenía digno, sin adulaciones ni “chupadas de media”.
Las cuatro de la tarde era una buena hora para almorzar. Las tripas entonaban su ruidoso concierto que fue apagado con una imponente porción que constaba de… una sopaipilla con mostaza y ají, de esas que venden en la calle. No alcanzaba para más. La comía despacito, lentamente, los bocados más ínfimos que jamás alguien haya dado eran dados por Claudio, es que alguna vez en los libros de nutrición que bajaba de Internet ley que mientras más pequeños fueran los bocados y más lenta su ingestión mayor sería la saciedad y por tanto sería más fácil bajar de peso. Él no necesitaba bajar de peso, más bien todo lo contrario; sin embargo, esa técnica le servía para llenarse con poco. Un acto más de ilusionismo. De postre se comió una pastilla de menta, es que no quería que su aliento fuera malo al llegar a dejar el CV en la farmacia.
¡Cómo somos los humanos! Nos apalean y al poco rato nos olvidamos del dolor y volvemos a la carga; nos insultan pero ya no nos duele cuando la misma boca nos adula; nos dicen que no e insistimos, nos vuelven a decir que no y aun así nos hacemos ilusiones pensando en la próxima posibilidad que se nos cruzará en el camino. Somos un poco masoquistas; o tal vez la esquizofrenia voluntaria nos persigue; o sólo será que la búsqueda de nuestra propia utopía jamás terminará pase lo que pase. Claudio jamás dejaba de soñar, camino a la farmacia se imaginaba que reponiendo toallitas higiénicas se cruzaba con la dueña de un centro de salud que al verlo intuía que tenía talento como enfermero y le hablaba para luego dejarlo citado a una entrevista con “posibilidades reales de trabajo”. No quiso pensar más, porque sabía que después de los pensamientos positivos llegaban inmediatamente las ideas negativas.
Autómata, casi con los ojos cerrados, como uno de esos zombies que están de moda en las películas de los viernes a la noche, se puso en la fila para entregar el último CV del día. Lo dejó sin saber si realmente lo habían visto a los ojos, si es que la cara del receptor daba alguna luz de respuesta; dijo las palabras de siempre, o cree que eso dijo porque estaba en otro mundo, sentía que caminaba en una de esas cintas de aeropuerto que había visto en las películas, iba lento pero sin dejar de transitar hacia una luz que le prometía todo. Él simplemente había logrado desarrollar una habilidad que muchos se quisieran: desconectaba su cerebro y tenía la capacidad de que su cuerpo siguiera funcionando como si estuviera completamente lúcido.
En modo “piloto automático” viajó las dos horas hasta la casa. Hacía dos meses hubiese ido todo el camino llorando, en cambio ahora la desilusión ya se le había hecho cayo. La tristeza del desempleado era parte de su vida, lo único que le sacaba una sonrisa era su viejita Rosa.
-       ¿Cómo te fue m´hijito?
-       Bien abuela, hoy dejé tres currículos, ojalá que de alguno llamen- dijo Claudio con una de esas expresiones de felicidad en la pena, que no era una felicidad forzada sino el rayo de sol en un día de invierno sureño.
-       Qué bueno pues m´hijito, mire mi niño –hablaba entusiasmada ahora Rosa, le temblaban un poco las manos de la emoción- hoy fui a cobrar la pensión a la caja y me sobró un vueltito así que le hice la cazuela que sé que usted le gusta.
-       Pero abuela, gracias mi viejita linda.
-       ¿Ve? Ahora se me come la cazuela, repone energía porque mañana tiene que ir a la pega.
-       Pero abuela, ¿qué pega?

-       ¿No ve m´hijo? ¿No se da cuenta? Ahora su pega es buscar pega.

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