“¡Es
más temprano que la cresta!” – Pensaba mientras se ponía las medias y al mirar
por la pequeña ventana metálica del cuarto no podía distinguir aún la claridad
del día. Trató de prender la estufa para cuando se levantara la vieja, pero no
había más palos. En su lugar calentó agua y prendió la radio, aunque sea que
hubiera calor de hogar.
Se
acercó despacito a la cama de la abuela y le hizo un cariño en la ya rala y
blanca cabellera. Ella hacía rato estaba despierta, se hacía la zonza no más
para que puro llegara el nieto a hacerle esa caricia que cada mañana le llenaba
el alma. Cuando la vieja se levantó, el nieto, vestido con sus mejores ropas,
peinado con un pulcro lengüetazo de vaca y con colonia, le acercó el primer
mate a ella. Verde sauce llorón y más espumoso que agua del lavarropas estaba
ese mate mañanero; porque Claudio es seco para cebar mate, esa costumbre se la
dejó una argentina que estuvieron hospedando unos meses en su casa, esa fue una
forma de pasar las penas del invierno; pero no duró más que un par de meses
hasta que ella se consiguió un flaco medio pavo con una billetera más grande
que el pantalón.
“El
ex presidente Sebastián Piñera celebró ayer, junto a algunos de sus
colaboradores, las cifras de empleo que entregó el INE. A través de su cuenta
de Twitter expresó: “1 millón 17
mil empleos creados durante el gobierno anterior significa que más de un millón
de chilenos encontraron dignidad y oportunidades. Además, más de dos tercios de esos nuevos empleos son con contrato
escrito, indefinido y con previsión social y seguro de salud y cesantía. Cuando
llegamos al gobierno en 2010 abundaban los letreros "no hay vacantes, no
insista " hoy los letreros dicen "se necesitan trabajadores".”
De esta forma el ex mandatario recalcó el papel de su gobierno en la creación
de empleo”.
Al terminar el locutor de leer esta noticia
Claudio movía la cabeza en una negativa triste, como de quien ha sido
defraudado la mañana de Navidad con un regalo que no le pidió al viejito
pascuero. Mientras, levantaba su morral negro simil cuero para irse ya a dar la
pelea.
En el paradero de colectivo había muchos
igual que él, pero ya no los miraba, después de tantos meses buscando trabajo
no quería más esa terapia de grupo patético que comparte sus experiencias de
puertas cerradas, de negativas encubiertas en un “te estamos llamando”; ya
estaba hastiado de todo eso y de todos los que día a día compartían esas
experiencias pensando que así tal vez les saldría todo mejor después de escupir
la mierda.
No, él había ocupado su tiempo esperando el
colectivo (que pasaba tarde, mal y nunca) para hacerse amigo de doña Carmen de
los Andes Pérez Pérez, así le había largado su nombre la misia cuando él le
preguntó una mañana de enero hacía un buen tiempo. ¿Cuál era la gracia de ser
amigo de esta señora con pelos en las orejas y alguno que otro perdido en el
bozo? Muy simple, ella era la dueña del quiosco de diarios y revistas y ser su
amigo le daba un pase gratis a los clasificados; es decir, en los últimos tres
meses, contando los cinco días de la semana, había logrado evadir la compra de
120 diarios a razón de 500 pesos aproximadamente cada uno, no estamos hablando
de poca plata. Conversando con la peluda
Carmen se había enterado que ella estaba sola en la vida, hoy le contaba cómo
era que sus hijos se habían ido a distintas partes del país en busca de mejores
oportunidades porque la capital estaba abarrotada de “buscaempleos”, escuchaba
el relato al tiempo que leía los clasificados de “El Mercurio”, del mismo modo
que se escucha música mientras uno se baña y alcanza a distinguir la melodía de
una canción conocida pero no puede seguir la letra porque el ruido de la ducha
no lo permite. Pero conocía bien la letanía, sabía que era lo mismo que le pasó
a su vieja Rosa cuando se le fueron los hijos al norte para ver si conseguían
trabajo en las minas o cuando su misma madre había salido al sur para ser
cocinera y no había regresado jamás.
Cuando en medio de la conversación veía un
empelo que le “tincaba” no rayaba el diario, eso hubiese sido pena de muerte
por parte de Carmen, sino que escribía el aviso completo en una libretita que
llevaba. Ese día encontró tres posibles empleos: alguien solicitaba un
dependiente para una tienda de camisas y corbatas; otro de los clasificados era
de un hogar de ancianos en busca de cuidadores; el último que vio era para
reponedor de una cadena de farmacias. Él buscaba trabajo, cualquier trabajo, no
como al principio, cuando había salido del Instituto Profesional y era un
flamante Técnico en Enfermería. En esos primero días de búsqueda seleccionaba
labores acorde a sus estudios, se enfocó en centros de salud, clínicas y
hospitales, llevaba su currículo aunque no se solicitaran empleos en ese
momento. Los tiempos habían cambiando ante las numerosas negativas, si un día
en los clasificados no aparecía nada que encajar en su profesión, igual le daba
y armaba su ruta para postular a todas las vacantes que tal vez representasen
una posibilidad, aunque fuera una en mil.
Después de analizar las tres opciones de
aquel día, se planteó comenzar la ruta en el hogar de ancianos. Era el lugar
más retirado de la ciudad, sin duda le hubiese convenido empezar por el local
donde pedían un vendedor de camisas y corbatas, pues que estaba a pocas cuadras
del paradero donde lo dejaba la micro, y como era temprano en la mañana aún
conservaba la “buena presencia” que se exigía en el aviso. Pero no, el empleo
en el hogar era lo más cercano a lo que le gustaba hacer, incluso durante sus
estudios había tomado un ramo de gerontología que era optativo. En el viaje de
su barrio al centro ya se hacía ilusiones, se imaginaba cuidando a los viejitos
con el mismo amor con el que cuidaba a su viejita, a su amorosa y dulce
viejita. Al salir del camión de carga de animales que era el transporte público
mañanero veía las cosas un poco más negras, en una dormitada que hizo en el
segundo colectivo que tomó se le figuraba la piel trasparente y arrugada
de las manos de miles de ancianos que lo
tomaban demasiado fuerte por todas partes del cuerpo, que le pedían comida,
amor, cambio de pañales. Despertó exaltado, le corría una gota pequeña de sudor
por la frente que secó con un gesto automático, su respiración no estaba
entrecortada, más bien se había ahogado en la desesperación del rugoso tacto.
Viajó media hora en micro hasta llegar al
hogar de ancianos para encontrarse con una fila de otros veinte postulantes.
Esperó pacientemente, a estas alturas estaba acostumbrado a esa clase de espera
entre desempleado. Como era habitual, no hablaba con nadie, prefería no conocer
a los contrincantes para no hacerse falsas esperanzas o desesperanzas.
Al medio día logró entregar su currículo a
una señora que casi no lo miró, no olió su perfume, no notó que la camisa
estaba recién planchada. Simplemente anotó algunos datos y despachó la típica
frase: “Lo estaremos llamando en los próximos días”. Había dejado de contar las
veces que había escuchado es misma frase en los últimos tres meses, pero la
promesa del llamado nunca se había cumplido. Casi podía entender cómo se
sintieron los israelitas por miles de años buscando una tierra prometida que no
llegaba, al caminar desde el hogar de ancianos hasta la parada para volver al centro
y entregar los currículos que le faltaban se imaginaba que caminaba detrás de
Moisés en el desierto viendo espejismos, dudando a veces de la fe, y con
pequeños chispazos de alegría cuando caía el maná.
Así, entre espejismos de planillas de
liquidación y depósitos en la cuenta RUT a fin de mes llegó un poco desarrapado
a la tienda de camisas y corbatas. Se alineó un poco antes de entrar,
increíblemente no había cola en el local.
- Buenas
tardes señor, vengo por el aviso del diario donde piden un vendedor.
- Ah sí, lo puso mi esposa porque quiere que pase
más tiempo en la casa con ella, pero la verdad no necesito a nadie. Y eso que
ya llegaron varios como usted.
- Bueno,
igualmente ahora en marzo suelen llegar más clientes para comprar ropa después
de las vacaciones y tal vez usted solo no dé abasto.- Claudio ya conocía muchas
de las frases “cliché” de los “buscaempleo”, y las usaba sin vergüenza.
- Es
posible, déjeme sus antecedentes – dijo el don que ya pisaba los cincuenta y
tantos- y si necesito a alguien lo llamo, me cayó bien usted muchacho.
- Muchas
gracias, y que tenga un buen día.
A Claudio no le parecía
pertinente hablar más de lo estrictamente necesario, no era como otros
“buscaempleos” que estiran la conversación todo lo que pueden con el posible
empleador, que se muestran como los pavos reales les muestran sus colas a las
pavas en primavera. No, el decía que se mantenía digno, sin adulaciones ni
“chupadas de media”.
Las cuatro de la tarde era
una buena hora para almorzar. Las tripas entonaban su ruidoso concierto que fue
apagado con una imponente porción que constaba de… una sopaipilla con mostaza y
ají, de esas que venden en la calle. No alcanzaba para más. La comía despacito,
lentamente, los bocados más ínfimos que jamás alguien haya dado eran dados por
Claudio, es que alguna vez en los libros de nutrición que bajaba de Internet
ley que mientras más pequeños fueran los bocados y más lenta su ingestión mayor
sería la saciedad y por tanto sería más fácil bajar de peso. Él no necesitaba
bajar de peso, más bien todo lo contrario; sin embargo, esa técnica le servía
para llenarse con poco. Un acto más de ilusionismo. De postre se comió una
pastilla de menta, es que no quería que su aliento fuera malo al llegar a dejar
el CV en la farmacia.
¡Cómo somos los humanos!
Nos apalean y al poco rato nos olvidamos del dolor y volvemos a la carga; nos
insultan pero ya no nos duele cuando la misma boca nos adula; nos dicen que no
e insistimos, nos vuelven a decir que no y aun así nos hacemos ilusiones
pensando en la próxima posibilidad que se nos cruzará en el camino. Somos un
poco masoquistas; o tal vez la esquizofrenia voluntaria nos persigue; o sólo
será que la búsqueda de nuestra propia utopía jamás terminará pase lo que pase.
Claudio jamás dejaba de soñar, camino a la farmacia se imaginaba que reponiendo
toallitas higiénicas se cruzaba con la dueña de un centro de salud que al verlo
intuía que tenía talento como enfermero y le hablaba para luego dejarlo citado
a una entrevista con “posibilidades reales de trabajo”. No quiso pensar más,
porque sabía que después de los pensamientos positivos llegaban inmediatamente
las ideas negativas.
Autómata, casi con los
ojos cerrados, como uno de esos zombies que están de moda en las películas de
los viernes a la noche, se puso en la fila para entregar el último CV del día.
Lo dejó sin saber si realmente lo habían visto a los ojos, si es que la cara
del receptor daba alguna luz de respuesta; dijo las palabras de siempre, o cree
que eso dijo porque estaba en otro mundo, sentía que caminaba en una de esas
cintas de aeropuerto que había visto en las películas, iba lento pero sin dejar
de transitar hacia una luz que le prometía todo. Él simplemente había logrado
desarrollar una habilidad que muchos se quisieran: desconectaba su cerebro y
tenía la capacidad de que su cuerpo siguiera funcionando como si estuviera
completamente lúcido.
En modo “piloto
automático” viajó las dos horas hasta la casa. Hacía dos meses hubiese ido todo
el camino llorando, en cambio ahora la desilusión ya se le había hecho cayo. La
tristeza del desempleado era parte de su vida, lo único que le sacaba una
sonrisa era su viejita Rosa.
- ¿Cómo
te fue m´hijito?
- Bien
abuela, hoy dejé tres currículos, ojalá que de alguno llamen- dijo Claudio con
una de esas expresiones de felicidad en la pena, que no era una felicidad
forzada sino el rayo de sol en un día de invierno sureño.
- Qué
bueno pues m´hijito, mire mi niño –hablaba entusiasmada ahora Rosa, le temblaban
un poco las manos de la emoción- hoy fui a cobrar la pensión a la caja y me
sobró un vueltito así que le hice la cazuela que sé que usted le gusta.
- Pero
abuela, gracias mi viejita linda.
- ¿Ve?
Ahora se me come la cazuela, repone energía porque mañana tiene que ir a la
pega.
- Pero
abuela, ¿qué pega?
- ¿No
ve m´hijo? ¿No se da cuenta? Ahora su pega es buscar pega.
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